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Juan Gibert: "El arte de dejar huella"

Juan Gibert: "El arte de dejar huella"

Lo que iba a ser una tarde tranquila de un día festivo y soleado, de repente se ha tornado en triste y muy gris. Echando un vistazo a las redes sociales, que, por cierto, frecuento tan poco últimamente, me entero del fallecimiento de Juan Gibert, un amigo muy querido por mí, además de una eminencia en el campo de la Farmacología, las Neurociencias y la Psiquiatría.

Juan Gibert Rahola era un ser humano excepcional, algo que hoy día es indispensable destacar. No hemos podido llegar a vernos personalmente, y eso no ha sido impedimento para profesarle un gran afecto y gratitud. Llegué a él de una manera atípica. Un día leyendo un artículo médico vi su nombre, y ni corta ni perezosa, intenté localizarle. Empecé por Linkedin, y lo conseguí: pude establecer contacto con él y preguntarle a través de esta vía si sería posible que me diera una dirección de correo electrónico con el fin de consultar dudas que tenía en aquel momento sobre ciertos medicamentos. Dudas que, por otra parte, nunca conseguí que me resolvieran los médicos que conocía presencialmente

No sólo me ofreció la posibilidad de que le escribiera a su correo, sino que con toda naturalidad me facilitó también su teléfono, ofreciéndome la posibilidad de llamarle y tener, por tanto, una comunicación más directa y fluída. Conversación que se produjo al día siguiente, y que me generó la sensación de que acababa de conocer a una de las personas más generosas, empáticas y comprometidas de mi vida. Y no me equivoqué: es más, me quedo corta a la hora de detallar la categoría humana de este hombre.

No sólo resolvió mis dudas, y me aconsejó magistralmente, sino que me dijo con total naturalidad que podía llamarle y escribirle, tanto por correo, como por whatsapp, siempre que necesitara consultar algo.  Yo no podía creer que alguien tan brillante y con esa trayectoria profesional, además fuera tan cercano, solidario, y  dispuesto a ayudar a alguien que no había visto nunca, y estar convencida que lo hacía porque, fundamentalmente, era un hombre bueno.
Ayer precisamente recordé que el jueves sería su cumpleaños, y, al mismo tiempo, me di cuenta de que este año se le había "pasado" felicitarme por el mío (hace un par de semanas). Ahora sé por qué no pudo hacerlo, y ahora sé que yo tampoco podré llamarle el día 14. Mientras le escribía unas letras a su hija, tras leer la noticia, transmitiéndole mi cariño y mi consuelo a toda la familia, se me caían unas lágrimas de dolor, y, casi, sin querer, me decía por dentro: ¡Qué pronto te has ido, Juan! ¡Cuánta gente te está echando ya de menos! ¡Qué gran ser humano perdemos todos! ¡Tu familia, tus alumnos, la docencia y la investigación, a las que dedicaste toda tu vida! ¡Todas esas personas anónimas a las que tanto ayudaste! Me consta por todo lo que he podido ver esta tarde, que tu partida deja un gran vacío, pero, por fortuna,  deja también muchas cosas buenas.
Catalán de nacimiento, llegó a Cádiz en la década de los 70 del siglo pasado, para hacerse cargo de la cátedra de Farmacología de la Facultad de Medicina. Desde entonces, y ya como gaditano de adopción, ha sido reconocido en el área de la neuropsicofarmacología a nivel mundial. Apasionado de su profesión, dedicó parte de su actividad profesional como Vicerrector de la Universidad de Cádiz, Director del Departamento de Neurociencias y Decano de la Facultad de Medicina. En su entrega a la investigación, consiguió crear un laboratorio de excelencia en el área de Neurociencias de dicha Facultad, y fue considerado uno de los mejores investigadores de nuestro país con numerosas aportaciones acerca del funcionamiento del sistema nervioso central.
Me sumo al sentir de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cádiz, y suscribo, entre otras, estas palabras que ha hecho públicas:

"Estamos consternados, es una gran pérdida como profesional, pero, sobre todo, como persona"

D.E.P.  Juan Gibert Rahola (1947-2021)
Catedrático Emérito de Farmacología
Departamento de Neurociencias
Universidad de Cádiz

"Perder el norte, perder la conexión y otras pérdidas"

"Perder el norte, perder la conexión y otras pérdidas"

Aunque muchas veces lo intento, no recuerdo gran cosa de todos aquellos años que conforman la infancia de una persona, y siempre que estoy junto a alguien que da rienda suelta a sus recuerdos infantiles, y los narra con gran nitidez, he de confesar que me siento rara.

He sido partícipe, como casi todos, de las aventuras que much@s amig@s, que se han criado en sus pueblos de origen, cuentan con la alegría infinita del que sabe que aquéllo jamás volverá. Además, todo el que ha vivido sus primeros años en un entorno rural, encierra en su interior, en la mayoría de los casos, un tesoro de vivencias que nada tienen que ver con todos los que nacimos y nos críamos en grandes ciudades. Tras escuchar atentamente sus más tempranas vivencias, siempre he creído que, aunque ellos nunca lo pensaron, sin duda, eran más espabilados, tenían la mente más abierta y al haber estado en contacto con la naturaleza desde muy pequeños, habían desarrollado algo que no tiene nombre, pero de lo que carecemos los de ciudad.

A mi edad me sigue impactando el que muchas personas saben muy bien, por ejemplo, dónde no tienen que aparcar en verano, porque el sol va hacia allá o hacía acá... Aquello del norte y el sur, que much@s todavía no sabemos situar. Bueno, por no saber, es que algun@s, entre los que me incluyo, no es que hayamos aprendido a situar en toda una vida los cuatro puntos cardinales, sino que "perdimos el norte" hace ya tanto tiempo, que ahora el que menos nos importa ya es el que se refiere al mapa.
Dicen que una persona que "pierde el norte" actúa como si estuviese desorientada, como si no supiera dónde está, quién es y cómo debe comportarse. Así es exactamente como nos sentimos muchos en estos momentos. Ni siquiera puedo decir cuándo empezó todo, y cuál es la razón de tanta sinrazón. Siempre he sentido, como much@a, que mi vida debía regirse por la armonía, el equilibrio y la coherencia, pero llega un momento que muchas de nuestras vidas se rigen por el absurdo, el surrealismo, la injusticia, la ausencia de sentido y la inercia... Todo ello desemboca, inevitablemente en una mera "supervivencia".

Cada día pensamos que las cosas deberían ser de otro modo, pero mucha gente te dice a cada momento que "la vida es así, hay que aceptarla", "no sirve de nada sufrir tanto", "al final, lo importante es disfrutar, sin pensar demasiado", etc... etc...Y, entre tanto "topicazo", y tanto "Manual de..." para todo, me atrevo a preguntar: ¿Creéis que existe una ínfima esperanza? ¿Es, quizá, esa misma esperanza, la que nos "mata" poco a poco y sin darnos cuenta, pero nos deja un tanto "anestesiados" agarrados a esa confianza, al fin, por lograrlo?

¡Esto no pretende ser un ensayo filosófico, no pretende ser nada! Alguien hablaba hace unos días de acabar con las malditas etiquetas en todos los ámbitos, y no puedo estar más de acuerdo. ¡No a las etiquetas!, ¡No a los estigmas!. ¡Basta ya de encasillar todo y a tod@s!  Ahora que "caigo": ¿Cuánt@s perdieron el norte hace un par de tardes ante la "caída" de sus  imprescindibles "conexiones"???  

Desde mi derecho y mi libertad de expresión lanzo en este momento esta consigna: ¡No a la esclavitud de los teléfonos, mensajes, redes sociales y cualquier cosa que se parezca al control absoluto de las personas! La tecnología es estupenda, y debe estar a nuestro servicio, y no al revés. Es intolerable el hecho de que la gente crea que debemos ir pegados al móvil, para, que, ante el más mínimo requerimiento, dejemos todo lo que estamos haciendo, y se nos vaya la vida en responder, por otra parte, a nimiedades, en el noventa y nueve por ciento de los casos. Sé que afirmar todo esto, no es políticamente correcto, pero también hace ya tiempo que me cansé de serlo. Es más, y no lo digo para jactarme de ello: soy una persona poco convencional, y un tanto "anárquica", aunque pueda parecer lo contrario.

Y ya que estamos, me gustaría que también "conste en acta", que el tiempo de las personas que, en estos momentos, no tenemos un empleo, NO es menos valioso del que las que sí lo tienen. Te llama alguien a la hora del día que sea, y tú, claro, como eres un pobre desocupad@, que no tiene nada que hacer, tienes que estar ahí (sí ó sí) para aguantar lo que sea, cómo sea y el ilimitado tiempo que "eso" pueda durar.  Por poner una nota cómica, y, como diría nuestra añorada Lina Morgan: "No, hija, Noooo". ¿Qué sabes tú, que llamas para que las horas de oficina no sean tan tediosas, lo que pueda estar yo haciendo? ¿Podrías, alguna de esas veces, suponer que, por ejemplo, estoy escribiendo una novela que dará mucho que hablar? ¿Sería demasiado pedir que puedas suponer que ese día no tengo el cuerpo para escuchar tantas tonterías juntas? ¿O que estoy leyendo un libro apasionante? ¿O que simplemente he salido a caminar y a sentir la caricia del aire en mi cara? 
Para mí la libertad es ESO: poder elegir qué hacer con mi tiempo, y no, por ejemplo, "estar de cañas por decreto ley" (que también es muy respetable) . Por cierto, no sé si Mark Zuckerberg decidiría irse a tomar unas cañas, para hacer más llevadero lo del pastizal que dicen ha perdido con la caída de Whatsapp, Facebook y demás familia durante unas horas, pero muchísima más gente de la que podéis imaginar pensó para sus adentros aquello tan andaluz de:
"Tanto descanso llevéis, como dejáis"

Por cierto, lo dijo Voltaire hace ya unos añitos:

"Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran".

"El final del verano...

"El final del verano...

... Llegó y tú partirás". Aunque desde la pandemia todo el mundo les conoce más por su eterno "Resistiré", creo que la gran mayoría reconocerá en estas dos frases una de las emblemáticas canciones del "Dúo Dinámico". L@s que tenemos ya una edad, la hemos escuchado muchísimas veces, y siempre, tras sus acordes, quedaba en el aire aquel sabor nostálgico de los amores de verano, cuando éste tocaba a su fin. Hoy, sin esperarlo, he podido escuchar la canción en una emisora de radio mientras conducía, y me ha llevado a decir en voz alta: "Mira, qué casualidad, que coincide con que el verano empieza a despedirse". Luego, me he dicho, ya sin hacerlo en voz alta: aunque el verano no termine aún, el final de agosto siempre se asocia al fin de las vacaciones, comienzo del curso, final de etapa, en definitiva. Pero, de repente, y tras frenar en un semáforo que acababa de ponerse en rojo, algo se ha "encendido" dentro de mí, y el monólogo interno que ha dado comienzo en ese momento, y que, horas después, no acaba de concluir, se ha abierto paso, y lo ha ocupado todo en mi conciencia. Paso a reproducirlo:


"No sé si el verano termina ó no: aquí hace un calor agobiante. Muchos parten, como la de la canción, claro que parten, pero no precisamente "el bacalao". Muchos parten para no volver, y éstos incluso (paradojas de la vida), son los más afortunados. Otros, la gran mayoría, tienen que quedarse allí, donde no quieren estar ni un segundo más, donde la vida ha dejado de serlo hace demasiado tiempo. Desde hace días, como si fuera la última serie de ficción que vemos por entregas, asistimos al horror retransmitido a cada momento, en todas las cadenas, en todos los programas, en esos donde todo el mundo opina de todo, y la mayoría no tiene ni idea de nada... Pero qué más da... el caso es hablar y no callar, aunque no se diga nada. Aunque quitemos el sonido a la televisión, se entiende perfectamente, o casi mejor: mucha gente hacinada en aviones, otros en el aeropuerto, otros corriendo por las calles, muchos escondidos en su casa.

Los malos malísimos, sembrando el terror, amenazando, sintiendo ya el poder en sus manos de nuevo, y el calor asfixiante de finales de agosto cayendo "de propina" sobre la gente, como si alguien se mofara y quisiera decirles:  ’¿No tenéis ya bastante? Pues el sufrimiento aquí viene aderezado con ese calor, también asesino, como un compañero indeseable.

Abducida, voy cambiando de canal, y me detengo en uno en el que veo bajar de un avión a personas que acaban de llegar de Afganistán a nuestro país. El locutor dice que están exhaustos, se nota en sus movimien?tos, hay niños. También dice que van a ser alojados de momento en pabellones que ya están acondicionados para recibirles. Mi gesto de dolor, se transforma, durante un segundo es esbozo de sonrisa. No puedo dejar de pensar en toda la gente que no va a poder salir de allí: los programas se afanan por darnos todo tipo de detalles de lo que espera a partir de ahora a todas estas personas. Por cierto ¿Dónde está la ONU, me pregunto? Pero no puedo perder detalle de todo lo que la pantalla está ofreciendo.

Como digo, tiene todos los ingredientes de una exitosa serie, pero aquí es todo real, está pasando y lo estamos viendo. Hay un ultimátum: todos los países que han permanecido en el país asiático tienen que estar fuera para el 31 de agosto. Dicen que el embajador de España ha dicho que él se queda hasta que no esté a salvo el último de sus ciudadanos. Eso le honra. ¿Cuántos habrá como éste? Todo es un caos, cualquier escenario que enfoque la cámara es dantesco. Algunos de los llamados contertulios empiezan a hacer "spoiler": parece ser que es muy previsible la amenaza de atentados terroristas en el aeropuerto, que es donde más gente se amontona.

Mientras tanto, la vida sigue en el resto del planeta... ¿Sigue? Bueno, hacen pausas para la publicidad, aunque mientras dura, toda esa pobre gente seguirá allí, porque no son espectadores de un concurso televisivo, en el que alguien vendrá y les dé un bocadillo y una botella de agua mineral. Allí, bajo ese sol de justicia, nadie les dará nada, ni siquiera un pequeño atisbo de esperanza.
Al final, llegan las bombas anunciadas. ¡La mayoría de espectadores no se sorprende! Claro, es lógico: ya lo venían diciendo, que iba a pasar, que los radicales la iban a montar en cualquier momento. Han tirado varias. Un presentador dice que de momento no hay datos fiables pero que las fuentes hablan de al menos dos decenas de muertos y muchos heridos. ¿Dos decenas de muertos? Pero, qué narices dice esta gente. Están viendo, como todo el mundo, la cantidad de personas allí congregadas, y dos decenas de muertos... Ya sabemos que hay que tener cautela en los medios al dar cifras de esta índole, pero esto me recuerda a las manifestaciones, cuando unos dicen que había 40, y otros 40.000. ¡Qué desastre, Dios mío! (que diría, si aún estuviera viva, una de mis tías por parte de madre). Pero ella lo decía como una "muletilla", ante cualquier cosa. Tía, en este contexto sí que estarías acertada.

Apago la televisión pulsando el botón del mando con una rabia y un dolor contenidos, mientras me dirijo al lavabo gritando: ¡¡¡Pero, en qué mierda de mundo vivimos que mientras toda esa gente, y otros millones repartidos por distintos lugares de la Tierra, viven ya un infierno y esperan un inevitable calvario, otros compran en una subasta, por la módica cantidad de un millón de dólares, el pañuelo con el que Messi limpió sus lágrimas de cocodrilo tras despedirse del Barcelona!!! Durante unos minutos interminables me desespero diciendo que no quiero vivir en un mundo como éste, en el que todos los seres humanos deberíamos ser iguales, pero es mentira, NO lo somos por mucho que exista una Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada en París, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, hace casi 73 años.

Hay incluso un momento, en que, quizá la mente, como mecanismo de defensa, me haga creer que es una serie, pero no lo es. Me gustaría que lo fuera, y, además, no la vería, por muchos premios que tuviese. El mundo se derrumba, literal y simbólicamente, sobre sus cabezas, y ellos no pueden hacer nada. ¿Nadie puede hacer nada? Después de las bombas, desde el otro lado del mundo, se oye al presidente de Estados Unidos decir que esto no va a quedar así, que lo van a pagar...


Aunque el monólogo va por libre, casi sin darme cuenta he llegado a la puerta de casa, y ¡qué suerte! (me digo, al ver que hay al menos cuatro sitios libres para aparcar). Mientras pongo la marcha atrás y comienzo la maniobra de aparcamiento, pienso: "Claro, cómo se nota, que, aunque ya falta poco, aún no es 31 de agosto". Sin embargo, para millones de inocentes, ese final del verano este año ha llegado antes. Desgraciadamente, no sucederá como en la susodicha canción del Dúo Dinámico: la mayoría no partirán hacia ningún sitio: su destino ya está escrito con sangre, mientras, como suele ser habitual, el mundo mira para otro lado, aunque, eso sí,  en este caso los que miran, y mucho, son las televisiones para que ningún detalle de tanta barbarie deje de ser comentado. 







"El filo de la navaja"

"El filo de la navaja"

...."Tuve mucho tiempo para pensar, y, sin cesar, me preguntaba a mí mismo cuál era la finalidad de la vida. Después de todo, si estaba vivo, únicamente a la suerte lo debía; y yo quería hacer algo con mi vida, aunque no sabía quéNo podía comprender por qué existía la maldad en el mundo. Comprendí que era un ignorante, y como no tenía a nadie a quien acudir y quería aprender, empecé a leer al azar".

 Acude a mi mente con fuerza, este párrafo de la novela de  W. Somerset Maugham,  "El filo de la navaja", que, con el mismo título, fue después, adaptada al cine con la memorable interpretación de Tyrone Power, en el papel de Larry Darrell: un joven aviador que vuelve a casa desencantado, tras haber vivido los horrores de la Primera Guerra Mundial. Las dificultades para adaptarse a la sociedad y a la frivolidad de la vida que le espera , le hacen emprender un largo viaje en busca de la verdad y el sentido de su vidaLarry espera encontrar el significado a su existencia, que no vislumbra en la comodidad que se le ofrece con un empleo estable y una hermosa mujer a su lado.

 ¿A cuántos "Larrys" (hombres ó mujeres) conocemos hoy en día? Alguno queda, aunque la historia más bien se lee al revés: la mayoría de personas que pertenece a eso que se acuñó hace tiempo como "el mundo occidental", busca una estabilidad económica, una vida cómoda, segura, y sobre todo, sin sobresaltos. Pero hubo una época en que, desde muy pequeños, nos acostumbramos a oir aquello de "lo mejor es un trabajo fijo, para toda la vida". Hubo un tiempo en que "todo el mundo" decía que quería ser funcionario, porque era tener "asegurada" la vida. Sí, yo aún lo recuerdo, aunque entonces, cuando se lo oía decir a los vecinos, a la familia, no entendía bien las supuestas ventajas. Pensaba que debía ser de mortal aburrimiento estar toda la vida yendo al mismo sitio gris, de ocho a tres, a "hacer" como que trabajas, mientras la fila en la ventanilla se va alargando hacia la calle, y algunos de los que se desesperan para hacer algún trámite, acaban pensando: "Mejor vuelvo mañana". Hacían bien, porque, como ya anunciara Larra un siglo antes, es lo que les iban a decir en un altísimo número de casos.

Hubo un tiempo en que parecía que aquello no era lo que la mayoría deseaba como futuro laboralla gente quería hacer cosas, estudiar, crear, emprender, construir, soñar, volar, y, sobre todo, vivirPero también llegó un día en que aquéllo languideció, y la gente volvió a ser la misma de antes, con caras tristes, pocas ganas de hablar, casi ni de saludarse al entrar en el ascensor. A los jóvenes, ó se les esfumaban los ideales, ó estaban demasiado fatigados para mostrárselos al mundo, porque habían nacido ya en un tiempo distinto, en el que casi todo les había sido dado desde la cuna, y cualquier mínimo gesto, les costaba un gran esfuerzo.

 Desde hace unos cuantos años, las cosas han vuelto a cambiar, y de manera estrepitosa, se ha dado otra vez "la vuelta a la tortilla"Jóvenes que no encuentran su primer empleo, ó si lo encuentran es tan precario, que parece una broma llamar a eso "tener trabajo". Personas que, una vez cumplidos los 40, como te veas en la calle por algún motivo, volver a trabajar es casi, misión imposible, debido al sesgo de la edad. Despidos masivos, ERTES, cierre de empresas, falta de oportunidades. En fin, ilusiones rotas, talento desaprovechado, y, en muchísimos casos, sin poder atender lo básico: pagar la luz, llenar la nevera, "poder ir tirando" se decía antes...  Antes, siempre antes... ¿Antes de qué? Antes de que todo estallara y nos obligara a cambiar el chip: la gente tuvo que "ponerse las pilas" como fuera, trabajar, en algunos casos, sólo 8 ó 10 horas a la semana, ó en otros casos, más de 50 para seguir malviviendo, intentar irse donde quiera que hubiese trabajo, e incluso, aquéll@s que detestaban la idea de "un trabajo para toda la vida", pasaban a estar pendientes del BOE, para ponerse a opositar como locos, aún a sabiendas de que era más probable que les tocara el euromillón (y mira que es difícil), que sacar una plaza en la administración.

 Volviendo a la primera época a la que me refería, la gente ya no hablaba tanto y cuando lo hacía no sabía hacerlo con normalidad. Ya lo anunció hace algún tiempo el genial Jardiel Poncela"Los hombres que no tienen nada importante que decir, hablan a gritos". Será para asegurarse que se les escucha en un tiempo en el que nadie lo hace. Pero ¿sabéis lo más terrible de eso? Ni siquiera estamos dispuestos a escucharnos a nosotros mismos, a oir esa voz interior que todo individuo lleva dentro. ¿Tanto miedo nos da lo que podamos descubrir allí? 

¿Cuántos son los valientes que, al menos, alguna vez lo intentan, como nuestro Larry? Él fue, sin temor, al encuentro de sí mismo, del conocimiento de su yo más profundo, y, eso, claro que implica silencio. Aunque Larry sea un personaje de ficción, sé que en algunos rincones del planeta quedan algunos, y, aunque muchos de ellos no lleguen a descubrir del todo quiénes son, y qué hacen aquí, yo les admiro porque, lo que sí está fuera de toda duda, es que albergan mucha valentía. Con ellos no va lo que les ocurre a la gran mayoría, una verdad tan contundente, que pronunció Rabindranath Tagore, el brillante artísta y filósofo bengalí, casi como vaticinio de nuestro tiempo:

"El hombre se adentra en la multitud por ahogar el clamor de su propio silencio".

"Edadismo ó la estupidez humana"

"Edadismo ó la estupidez humana"

A veces, cuando menos lo espero, se me viene a la cabeza una frase contundente: algunas quizá sean sólo reflexiones que, no sé cómo salen de lo más hondo de mi interior, y otras, son de las conocidas como "citas célebres". Esta mañana, recién levantada, me ha invadido una de estas últimas, y no me ha quedado más opción que ser amable, y dejarla pasar invitándole a quedarse un ratito.  "El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo". Creo que no es necesario aclararlo, pero por si acaso, tamaña frase pertenece al párrafo con el que da comienzo "Cien años de soledad", del añorado escritor y periodista colombiano, Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982. Esto último es, casi, irrelevante. Los que han leído, leen, releen, y leerán a "Gabo", lo harían igualmente, aunque la Academia Sueca no se hubiera acordado nunca de él. 

La cuestión es que, mientras me preparaba el desayuno recitaba mentalmente, una y otra vez la frasecita, hasta que, de repente, y tras dejar la tostada en un plato, me he sorprendido diciendo en voz alta: "Ya, pero hay cosas que no se pueden señalar con el dedo". Como en uno de esos flashbacks a los que nos tienen tan acostumbrados las series televisivas, he revivido un episodio que tuvo lugar hace unos años en el transcurso de una entrevista de trabajo.

Antes de nada, tengo que poneros en antecedentes. Por aquel entonces, aproximadamente ocho años atrás en el tiempo, los portales de empleo ya tenían todo el protagonismo en el ya precario mercado laboral, y, sobre todo, la "sartén por el mango". Era un momento en el que nadie se cuestionaba al inscribirse, el motivo de tener que poner (sí ó sí)  tu fecha de nacimiento, así como un gran número de datos personales que, por supuesto, no tenían nada que ver con los distintos puestos a desarrollar. De esas plataformas, una de ellas ya sobresalía del resto, siendo la más visitada,  para después, inscribirse en sus ofertas. Recuerdo que yo solía postularme en perfiles distintos, si bien tenía la experiencia y capacidad que se requerían para ello. Tras un tiempo, empecé a notar que ya no tenía entrevistas con la frecuencia con la que solían llamarme, y un buen día, comentándolo con una amiga, me dijo, para mi sorpresa, que se había enterado de que el famoso portal de empleo aplicaba el filtro de la edad, y, ya de entrada, se descartaba a muchísimas personas en el mismo momento de inscribirse a la oferta, sólo por su edad. A ella a su vez se lo había contado alguien que, además, le había dado una "solución". De hecho, ya la estaban utilizando muchas personas en aquel momento: cambiar el año de nacimiento, es decir, si habías nacido en 1968, por ejemplo, ponías 1978, y, según aquélla chica, "si te llaman, no hay problema, con decir me habré equivocado al mecanografiar la fecha", estaba todo arreglado. Recuerdo que nos estuvimos riendo, aunque maldita la gracia que tiene el asunto, y tras un rato de conversación le dije que lo iba a hacer, aunque fuera simplemente como "experimento sociológico", una frase muy socorrida, que sirve para casi todo. 

A los dos días de haber "rejuvenecido" diez años mi perfil en este portal, me llamaron de dos empresas distintas para citarme a sendas entrevistas de trabajo. Casualmente, las dos eran para el mismo día, y por la misma zona, así que pensé en mi "buena suerte" al tener la agenda completa esa jornada. Llegó el día señalado, miércoles para más señas, y tuve la primera, a las once de la mañana, sin nada digno de reseñar. Al salir, me acerqué hasta el madrileño parque del Retiro para hacer un poco de tiempo hasta la segunda, que estaba fijada a la una del mediodía, y en realidad, era el "plato fuerte". ¡Quién me iba a decir a mí, mientras me dejaba acariciar por el aire de aquella mañana de otoño, que tras ese sereno paseo, iba a vivir aquélla experiencia! 

Tras esperar unos cinco minutos frente a la Recepción de aquellas imponentes oficinas (tal como correspondía al prestigio de la compañía en aquel momento), y situadas en una de las principales calles del barrio Salamanca, llegó una secretaria muy amable invitándome a que la acompañara. La seguí hasta el final de un largo pasillo, donde al final abrió una puerta anunciando mi llegada. Entré en un luminoso y diáfano despacho, y tras las presentaciones, fui invitada a sentarme. Al otro lado de la mesa, una señora de unos 50 años (aunque aquí ya no sé si acierto, después comprenderéis la razón...) lucía su sonrisa más encantadora y rompía el hielo preguntándome si me gustaban las oficinas. Obviamente, le dije que sí, y se dispuso, currículum en mano, a "repasar" conmigo todas y cada una de las experiencias profesionales reseñadas en él. Esto es algo que no entiendo, y que hacen multitud de entrevistadores que, en realidad, el problema que tienen es que no saben entrevistar a l@s candidat@s y optan por lo más "socorrido".  Pero volvamos a la escena. La señora, Directora Ejecutiva de una prestigiosa firma multinacional (en aquel tiempo), en el sector de la estética, me miraba de arriba a abajo, y, en un determinado momento, hizo un inciso, para decirme "va usted muy elegante", y antes de que me diera tiempo a reaccionar, lanzó el remate: "¿Viste siempre así?"  En realidad, haciendo un alarde de sutileza, lo que quería saber es si iba vestida de traje de chaqueta negro ribeteado en blanco, sólo "para la ocasión", como diría mi admirado Joan Manuel Serrat.  Con amabilidad, pero contundente al mismo tiempo, le respondí que sí, que cuidaba mi forma de vestir, peinarme y maquillarme siempre, porque creía que era uno de los reflejos de mi esencia, y además me gustaba verme bien a mí misma. Creo que aquéllo la "conquistó", pero simplemente fui yo misma. Tras el repaso al cv, se detuvo en contarme que las funciones del puesto bajo el nombre de Consultora, consistían en recibir a personal del sexo femenino que acudía con cita a las oficinas para interesarse en tal ó cual tratamiento estético, todos de última generación, por supuesto, carísimos, y saber asesorarles adecuadamente para que cayeran rendidas ante sus bondades. Es decir, atender a mujeres de alto poder adquisitivo, y convencerlas de que con cualquiera de aquellos tratamientos, se quitarían diez años como por arte de magia. ¡Diez años!

En aquel momento, como por arte de magia también, vino a mi cabeza el detalle de aquellos diez años menos que yo ya me había quitado, y sin necesidad de haberme gastado un pastizal, ni de que nadie me tocase la cara. Pues bien, en aquel preciso instante, y como si los astros se alinearan, aquella flamante directora (que hoy sería CEO. ¡Por cierto, qué feo!), pronunció las  palabras mágicas que tod@ entrevistad@ querría oir: "Me gusta usted, creo que es la candidata ideal para este puesto, y no suelo equivocarme". Antes de que acabara de darle las gracias, continuó: "Recapitulemos, Mercedes. Tiene usted una gran facilidad de palabra, sabe desenvolverse, claro, es lógico, como es periodista, eso le habrá dado muchas tablas..  También ha trabajado durante algún tiempo como Secretaria de Dirección, y Asesora Comercial, lo que le confiere la experiencia en el trato con el público, algo que también buscamos. Es usted elegante en sus formas, no sólo en el atuendo, y, muy atractiva, si me lo permite. Tiene, además, 36 años, por lo que veo recién cumplidos de septiembre... ¡Vamos, que, aunque tenemos otras dos entrevistas más esta misma tarde, ya le adelanto que a mí ya me tiene ganada!"

Sabía que tenía que interrumpirla, y no podía dilatar más el momento. Así que, me armé de valor, y con gran confianza en mí misma le dije: "Discúlpeme, Mercedes (éramos tocayas, y me había sugerido que la llamara por su nombre de pila).  Me temo que debe haber algún error: usted acaba de decir que tengo 36 años, pero no es así. Los que acabo de cumplir son 46.."  A la señora le cambió el color del rostro, se puso blanca como la pared, y sólo le faltó aquello tan manido en las películas clásicas de pedir las "sales". Se recompuso como pudo, y, ya con otro tono de voz, mucho más distante, lo primero que salió de su boca fue: "Pues se conserva usted muy bien para tener 46". Le dí las gracias otra vez, y, antes de que pudiera seguir hablando, me cortó en seco y me dijo, mirando de reojo su reloj, que la disculpara, ya que tenía una importante comida y se tenía que ir. "No se preocupe de nada: Carolina, mi secretaria, se ocupará de llamarla para transmitirle nuestra decisión".  Sin mirarme a los ojos ni una sola vez más y sin ofrecerme la mano como despedida, gesto que sí tuvo a mi llegada, me invitó a salir de aquel despacho.

Mientras recorría el pasillo que me conducía a la recepción, y de ahí a la salida, pensé fugazmente que hay cosas que no se podían nombrar, porque aún no se había inventado la palabra para hacerlo. Hoy sí, hoy podríamos decir que lo que acabo de relatar, completamente verídico, es un claro ejemplo de Edadismo, ó discriminación laboral por motivos de edad. Pero, en aquel momento, mientras esbozaba una sonrisa, ausente de malicia, lo único que se me venía a la cabeza era una cita del gran Flaubert, que aprendí durante el Bachillerato en clase de literatura, y que se me quedó grabada a fuego: "La tierra tiene límites, pero la estupidez de la gente es ilimitada". El gran Gustave Flaubert, incomprendido en su época, cumpliría este próximo diciembre su bicentenario, pero fue un gran adelantado a su tiempo, y supo ver y describir como nadie, hasta entonces, la estupidez humana.
 
Lo que no pudo soportar aquella directiva es que, durante casi una hora de reloj que estuvo charlando con alguien que le llegó a "caer bien", que consideró más que apta para ocupar aquel cargo, y a quien dedicó más de un elogio, estuviera completamente segura de que esa mujer tenía 36 años y no 46, como le confirmó después, sin inmutarse ella misma. ¿Qué había cambiado en realidad, tras subsanar el "error" de la edad? La candidata seguía teniendo intacta sus supuestas cualidades: simpatía, don de gentes, elegancia, aptitud para el puesto, experiencia, desenvoltura... Entonces, ¿qué había ocurrido? Sobra decir que nunca más volví a saber de esta señora y la prestigiosa empresa en la que prestaba sus servicios. Cuando al día siguiente llamé a mi amiga para contarle cómo habían ido las entrevistas y relaté esto que hoy he compartido con vosotr@s, ella, haciendo gala de su locuacidad dijo:  "¡Pues qué poca inteligencia demuestra esta señora, porque, después de saber tu verdadera edad, y con todo lo que te piropeó, tendría que haberte contratado, y haber utilizado eso como argumento de ventas! ¡Con el tratamiento estrella de la firma X te quitas diez años, en menos que canta un gallo!  ¡Hay que ser tonto: ella y su empresa se lo pierden!" Después de reirme por su ocurrencia, le contesté:

Nena, ya lo dijo Flaubert hace casi dos siglos: "La Tierra tiene límites, pero la estupidez de la gente es ilimitada"

 

“El año del gato”

“El año del gato”

Hace un par de días, en pleno febrero, comenzaba para los chinos su Año Nuevo. En 2021, que para ellos , según el calendario lunar, es el 4719, reinará el buey, al que deseamos sustituya dignamente a la rata, que ostentó su título durante 2020, el año que quedará para la Historia (con mayúsculas). Y con minúsculas también, en la historia de cada uno de nosotros, como el de la pandemia, el año en que, precisamente allí, en una ciudad china, empezó la pesadilla de un virus que se fue extendiendo por el planeta, y con el que, un año después, seguimos lidiando. Pero no es mi intención hoy hablar de chinos, ni de virus. Por cierto, no tengo nada en contra de los primeros, y TODO contra los últimos.

Ayer me levanté con una canción en la cabeza. Es algo que nos pasa a todos, y el día que te sucede, suena dentro de ti en bucle: acaba y empieza, una y otra vez . Pero en esta ocasión no solo no me ha molestado, sino que ha hecho que me sienta de maravilla al escuchar “The Year of the cat”, de Al Stewart. “El Año del gato” es una canción sublime, escrita y grabada en 1975, año que, según la astrología vietnamita fue “Año del Gato”. China decidió prescindir de este animal en su zodiaco, pero no así Vietnam. En este país el año del gato ocurre cada doce, y se supone un año relajado y sin sobresaltos, ideal para disfrutar de la vida al máximo.
¡Es curioso, aunque yo entonces era una cría, lo recuerdo como un año mágico! Y una especie de magia fue lo que debió ocurrirle a nuestro por entonces joven compositor.

La que, es, sin duda, considerada desde hace mucho tiempo, como una de las mejores canciones del siglo XX, tiene una singular historia detrás: Al Stewart la escribió una década antes con otro título, inspirada en las tristes vivencias de un popular cómico británico, pero, finalmente, y, tras la inesperada muerte de éste, decidió no grabarla. Eso sí, conservó la música con la confianza de alumbrar una nueva letra, que llegó el día en que viendo la inolvidable película “ Casablanca”, comenzó a reescribirla. De la historia de amor entre Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en la inmortal cinta, le llegó la inspiración perfecta para hacer una perfecta canción. Aunque decirlo así, no sería nada justo. El tema, musicalmente hablando, es brutal, ya que contiene largas secciones instrumentales que dan mucha vida a la historia que nos cuenta la letra.

¿Quién se resiste ante los acordes del piano de Peter Wood, y coautor de la letra, el solo de violín, de guitarra acústica, de guitarra eléctrica, y el apoteósico sólo de saxo del final? Por cierto, todo ello, bajo la extraordinaria producción y dirección del gran Alan Parsons, y, por si todo esto fuera poco, fue grabada en los míticos estudios de Abbey Road. Inclasificable canción hasta la fecha, donde se mezclan pop, jazz, rock y folk, siempre resulta cálida, y proporciona el placer y la infinita euforia que sólo la música puede darnos.

Éste tampoco es un año del gato, pero los que vivimos al lado de uno, no necesitamos que lo sea para sentirnos bien. A pesar de su fama de escurridizos, los que conviven con el ser humano desde muy pequeños, llegan a ser cariñosos a su modo, aunque nunca pierdan su independencia del todo. Ya desde el antiguo Egipto, se les veneraba como dioses. Los egipcios creían en un poder mágico y protector de los gatos, que les hacía colocar estatuas de felinos fuera de sus casas, para impedir la entrada de espíritus malignos, ya que consideraban que el gato puede verlo todo. Yo no puedo probar científicamente esta afirmación, pero de lo que sí puedo dar fe es de que, al igual que la música tiene un poder calmante y sanador sobre nuestras mentes, algunos gatos cambian por completo a sus dueños, y los hacen más sociables y cariñosos. ¡Por cierto, yo conozco a uno que SÍ nació en “el año del gato”!!!

Ella no nació en el año del gato, pero sí en el del tigre, y, sí, mirándola bien, parece una tigresa, por lo general mansa, aunque alguna vez enseñe el instinto felino que todos llevan dentro. Ella es Maya, una compañera de fatigas desde hace casi once años. Para los que se lo estén preguntando: el próximo “año del gato” será en 2023. Mientras tanto, podéis escuchar una y otra vez la entrañable canción de Al Stewart, ó acariciar a vuestro gato. ¡Y, si fuera posible, las dos cosas al mismo tiempo!

Si queréis escuchar la excelente canción de Al Stewart, “Year of the cat” (que ha inspirado este post), pinchad este enlace:

https://youtu.be/dXM0xfVmpZk




"El derecho vital a decidir"

"El derecho vital a decidir"

Recuerdo perfectamente el día en que me llegó una petición de mi firma apoyando el caso de Maribel Tellaetxe, una madre de Portugalete (Vizcaya), enferma de Alzhéimer, que cuando fue diagnosticada, doce años atrás, pidió a sus hijos y a su marido que el día que no los reconociese, la dejaran marchar. Desgraciadamente, puedo dar fe de que, cuando se encuentra avanzada, ésta es una de las enfermedades más duras para quien la sufre, y para los familiares directos. Recuerdo con nitidez las lágrimas que derramé mientras aportaba mi firma electrónica tras leer uno de los párrafos en los que la familia de Maribel relató lo que ella les había rogado:  "Pidió no vivir sin lucidez, pidió no vivir con dolor, pidió no vivir sin poder recordar... Pidió no vivir así. Y así precisamente lo hizo constatar en su Documento de Voluntades Anticipadas, el conocido como ’Testamento Vital’, cuando estaba en plenas facultades mentales. Pero nosotros no podemos cumplir con su voluntad, porque el Estado determina que mi ama debe seguir sufriendo".

Aunque consiguieron presentar más de 300.000 firmas apoyando su causa ante el Congreso de los Diputados, no lo consiguieron: Maribel murió en marzo de 2019. En abril de ese mismo año, la opinión pública conocía otra terrible historia: la de Maria José Carrascosa, enferma terminal de esclerosis múltiple, una enfermedad que le fue diagnosticada 30 años atrás, y que la mantenía absolutamente dependiente, víctima de un gran sufrimiento, causado por dolores que ya no calmaba la morfina, y agravado por tener la consciencia de verse a sí misma en ese lamentable e irreversible estado. Fueron muchas las veces en que pidió a su marido Ángel que le ayudara a irse de una forma digna y, así, dejar de sufrir, e indirectamente, hacerle sufrir a él. Ángel confíaba en que la ley de Eutanasia llegara pronto, pero no fue así y no tuvo otra alternativa que ceder al deseo de María José. 

 

¡Qué doloroso debe ser que alguien tan cercano te pida eso, una y otra vez! Pero, si nos viéramos inmersos en una situación parecida, ¡Qué doloroso sería, también, día tras día, con todos sus minutos, año tras año, ver a esa persona que has querido y quieres tanto, presa de un sufrimiento inhumano, y con la impotencia de no poder hacer nada para aliviarlo!
Doy ahora un salto en el tiempo, y también tiene un hueco en mi memoria un recuerdo de hace veinte años. ¡Ya es casualidad! Exactamente hoy se cumplen 20 años del día en que dirigí y presenté en televisión (para la cadena Localia TV, del grupo Prisa), un debate sobre la Eutanasia. No me atrevo a decir si fue el primero en un medio televisivo, pero, desde luego, no era un tema de los que habitualmente se debatía en los medios de comunicación. En aquel momento, ya existía la Asociación "Derecho a Morir Dignamente", que orientaba y asesoraba a la población sobre estas cuestiones. Recuerdo que contamos con la presencia de un abogado perteneciente a dicho colectivo. En la parte opuesta, un representante del Obispado, por parte de la Diócesis de Getafe, una de las dos (Diócesis), en que se divide la llamada "Provincia Eclesiástica de Madrid". Además, pudimos contar también con la presencia de otros dos contertulios, ambos docentes, y con posturas ideológicas opuestas: uno declarado conservador, y el otro, progresista.  

Aquella noche se habló mucho del derecho a la vida, del derecho a morir cuándo y cómo uno decida, al contexto ético, humano y legal que el asunto lleva implícito. Pero ahí se quedó.

En estas dos décadas, y, en parte, debido al considerable porcentaje de la sociedad (Más de un 80%), que demandaba legislación, hoy, por fin, la ley de Eutanasia es un hecho, para que, llegado el momento, y quienes estén en un proceso de enfermedad irreversible, agonía y/o sufrimiento indecible, puedan tener la opción de morir dignamente, en un contexto sanitario y legal, con todas las garantías, y NO clandestinamente, como, tal vez, haya ocurrido in extremis en tantas ocasiones, hasta ahora.
La despenalización de la muerte asistida implica la libertad de ejercer un derecho inalienable a todo ser humano: el de poder decidir sobre la propia vida. Según el borrador de dicha ley, la autonomía y la libertad del paciente quedan amparadas, ya que "no existe un deber constitucional de imponer o tutelar la vida a toda costa y en contra de la voluntad de la persona".
Esta humilde periodista aplaude esta iniciativa, por muchas razones y también por haber tenido ocasión durante los últimos diez años de haber visto morir a personas cercanas, y no siempre en las condiciones más deseables. Sé que hay posturas contrarias, y las respeto. En eso precisamente, se cimenta la democracia. Lo que no consigo dejar de preguntarme, cuando algun@s dicen que la vida está por encima de todo, y que hay que defenderla, es ¿Dónde están ell@s cuando ven que muchas personas mueren en las pateras, ó mueren de hambre en países que, además están asolados por guerras eternas, ó les quitan su trabajo, su casa, su vida, y están peor que muertos, es decir "muertos en vida". ¡Por cierto, ésa sí que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que es una de las peores muertes, y desde luego NO una muerte digna!

"El hombre y la tierra"

"El hombre y la tierra"

Quizá el título de este post pueda crear expectativas más grandes que su trasfondo real.  Aunque, la gran mayoría recordamos la formidable serie documental que, con ese mismo título, nos dejó el añorado Félix Rodríguez de la Fuente, ya habréis adivinado que el hombre de la fotografía no es él.


Ese hombre anónimo, comparte con Félix un enorme amor y respeto por la naturaleza. Ese hombre se crió en un pueblo castellano muy pequeño, en un pueblo que cuando él nació, pertenecía a la entonces denominada región de Castilla la Vieja. Al cabo de los años, llegaron las autonomías y aquéllo se rebautizó como Castilla y León. En cualquier caso, no sólo todas y cada una de las provincias que formaban parte de aquella región, sino también todos y cada uno de sus pueblos, tenían su propia idiosincrasia. No obstante, los tópicos siempre han estado ahí, y a los castellanos se les supone serios, austeros, y algo "secos" en el trato. Pero, como en todos los sitios, hay de todo, y los estereotipos, con el tiempo, se quedan precisamente en eso.
Aunque aprendió el oficio desde niño ayudando a su padre, ese hombre que ven en la fotografía trabajando en su huerta, nunca ha vivido del campo. Salió del pueblo siendo un crío con destino a la capital a buscarse la vida en pos de un futuro mejor que el que le aguardaba allí. Eran los años 60 del siglo XX, donde unos y otros emigraban a donde podían. ¡Qué frágiles de memoria somos! El nuestro ha sido un país donde las migraciones, tanto del campo a la ciudad, como al extranjero, estuvieron a la orden del día. Sin embargo, desde hace tiempo, aunque no todos, muchos no quieren ni oir hablar de los inmigrantes que vienen a nuestro país en busca del mismo futuro que un día nosotros nos afanábamos en encontrar en otras tierras.
El hombre de la fotografía encontró un oficio al que dedicarse. Empezó desde abajo, trabajó jornadas interminables y pasó por algunas contrariedades, pero con los años, tesón y mucho esfuerzo, consiguió dentro de su profesión, llegar al escalafón más alto. Viajó por el mundo, siguió aprendiendo y no se estancó. El hombre de la fotografía es un gran autodidacta: se hizo a sí mismo, como tant@s otr@s en unos tiempos difíciles, en los que, además de otras circunstancias, si tenías la "mala" suerte de ser el mayor de los hermanos, no podías estudiar. Ya sabías que tu "obligación" era ponerte a trabajar lo antes posible en lo que fuera.
 
Pasaban los años y aunque su vida ya no estaba allí, siempre que podía, volvía unos días a ese hermoso pueblo que le vió nacer. Leyendo mucho, ha llegado, incluso a ser, un gran conocedor de la Historia, la nuestra y la de fuera, la de todos, porque, sin duda, toda la Historia del ser humano está interconectada. Y es quizá por eso, por lo que comparte el conocido aforismo de Ortega y Gasset de que "los pueblos que olvidan su Historia, están condenados a repetirla". El hombre de la fotografía no olvida la Historia, y sigue leyendo mucho. De hecho está muy al tanto de la actualidad, tanto que podría dar la talla como contertulio en esos programas debate de la televisión, en los que algunos de los que se sientan a diario, no tienen criterio propio, ni un conocimiento profundo de los hechos como para emitir opiniones que, más que eso, parecen sentencias. Pero, volvamos al hombre de la foto: decía que no olvida la Historia, pero tampoco olvida su pueblo. Es más, desde que hace unos años se jubiló, ha hecho del cultivo de su huerta uno de sus grandes alicientes.
Lo que hoy en día se considera "tendencia", en él es una filosofía de vida. Tal vez para muchos de los que contemplaran esa escena trabajando la tierra a diario por puro placer, podrían decir: "Mira ése, qué palizón se está pegando ahí, en medio de la nada". Él, sin embargo, piensa cada mañana, cuando empieza su labor, amenizada por el canto de los pájaros madrugadores: "Aquí estoy, en el centro de todo, cultivando esta tierra, mi tierra, mientras soy feliz de ser partícipe y testigo de este proceso creador". 
Alguien dijo una vez que "el cultivo de la tierra es el trabajo más importante del hombre. Cuando comienza la siembra directa, otras artes seguirán. Los que trabajan la tierra, son, por tanto, los fundadores de la civilización".  Y, yo, humildemente, añadiría: "La agricultura es un arte, y los agricultores son los artistas".
Este humilde post constituye un pequeño, pero merecido homenaje al hombre de la fotografía, que, en la actualidad se dedica a trabajar la tierra por pasión, pero es extensivo a tod@s los que cada día dedican su tiempo y sus energías a la agricultura, asegurándonos así al resto de los mortales poder tener en nuestra mesa esas verduras y hortalizas que debemos consumir a diario. ¡Démosle el valor que ello merece, y que tras esas judías verdes, esos calabacines, o esas espinacas hay todo un proceso detrás que la gran mayoría desconoce, y ya se sabe, a lo que no se conoce, no se le da importancia!
¡Por cierto, acabo de descubrir que los homenajes, por humildes que sean, es mucho mejor hacerlos en vida!  De esta forma, el destinatario podrá leerlo, y enterarse de que se pone en valor su entrega y dedicación!