El corazón de la paloma
Un día más no puedo acabar de comer sin que el mando a distancia "pague el pato" de mi desazón ante lo que va apareciendo en la pantalla. Víctimas inocentes del último atentado yihadista desfilan ante nuestra retina, y antes de que dé tiempo a procesar tanto dolor y sinrazón, ya tenemos en primer plano la última mujer muerta a manos de su marido, novio, ex o como quiera que pueda llamarse a quien es capaz de hacer algo así.
Mientras intento masticar el trozo de tomate que acabo de llevarme a la boca, mis ojos han dejado de enfocar al televisor, pero, como es obvio, no llevo tapones en los oídos, y aquello sigue... Suma y sigue...Ahora la voz, sin rostro para mí, como si hiciera un inciso entre tragedias, habla de los cuarenta grados a los que llegaremos mañana en la capital. ¡Cómo sí no lo notáramos! Deben de creer que, como ya llevamos mucho tiempo anestesiados por la que está cayendo desde hace tiempo (y no me refiero al tiempo atmosférico), no nos enteramos si estamos a bajo cero o a más de cuarenta. En mi caso, hay ratos que creo que estoy a ciento cuarenta por hora, y no me refiero a cuando conduzco: al contrario, es quizá cuando estoy más serena porque sólo me concentro en eso.
Tengo que haceros una confesión: hay días en que, un rato antes de la hora de comer, escondo el mando de la tele, para no ver ni oír nada durante ese tiempo, y, poder asegurarme, que no voy a morir atragantada mientras asisto a tanta atrocidad. Ya, ya sé lo que estáis pensando: aunque no lo vea comiendo, posiblemente me llegará algún titular, imagen al móvil, me enteraré si entro en Internet. Eso es verdad, y por esa misma razón, hay días en que deseo estar aislada de todo.
Hay quien lo puede ver como cobardía: no querer enterarse de lo que pasa para no sufrir. Puede que sea cierto, pero también os digo que un alto porcentaje de la impotencia, rabia y dolor que siento, es que después de saber todo eso, de estar informada de tanta inmundicia, TODO SIGUE IGUAL. Si algún día lo comentas a fondo con alguien de tu confianza, te dice: "Hija, es que no se puede sufrir tanto por todo, porque al final, todo sigue igual y, encima tú y gente tan sensible como tú, os lleváis un mal rato". ¡Mal rato! (Reflexiono: "Para mal rato los que pasan los protagonistas de todas estas desgracias").
No me resigno a que el mundo, un lugar que encierra tanta belleza, se convierta cada día en escenario de tanta y tan diversa crueldad. Los niños son asesinados en las guerras, los adultos también. Los niños que sobreviven a esas guerras se convierten en huérfanos, y la mayoría de éstos, en pasto de las mafias. Los países más poderosos se reúnen por enésima vez para buscar soluciones. ¿Soluciones para quién? Para que los llamados "efectos colaterales" les salpiquen lo menos posible. Algunos podrían impartir un máster que llevara por título "Experto en quitarse el muerto de encima" (nunca mejor dicho). Por cierto, los que no están aún muertos, están "muertos en vida", y sin esperanza alguna, que es mucho peor.
Mientras tanto, hace un rato que he bajado a la calle, a pesar de que son casi las cuatro de la tarde, y las chicharras cantan por soleares, pero mi desazón casi me impide ser plenamente consciente de los treinta y ocho grados que caen sobre mi cabeza. Voy pensando en todo lo que acabo de ver, un día más, y voy diciéndome también que tendré que acabar haciendo caso a los que me dicen: "procura pensar en otra cosa, no te quites la vida dando vueltas a eso, porque ya se sabe, que tragedias y desgracias nunca han faltado, y seguirá habiéndolas mientras el mundo sea mundo". ¡Qué frases, si las piensas a fondo un momento!
Han empezado a caer de mis ojos unas lágrimas como puños, que ya no aguantaban más en la "puerta del ojo" (como decía un amigo mío). Acabo de doblar la esquina, y de repente, veo la escena. Estoy a unos cinco metros, y por un instante me digo que no es verdad, que son alucinaciones mías. Voy aproximándome poco a poco mientras, sin apenas darme cuenta, contengo la respiración, como si fuera a despertarla.
Allí está ella: yace en el asfalto con dignidad egregia, junto al charco de sangre en forma de corazón que ha quedado junto a su cabeza. Creo que no voy a ser capaz, pero finalmente me agacho y la contemplo, y en ese momento es como si todo lo que acabo de ver hace un rato, todas las imágenes de muerte que vomitaba la televisión cuando decidí dejarla muda y ciega al disparar con agresividad el mando a distancia, cobraran vida propia en esa paloma muerta. ¡Qué paradoja acabo de soltar sin darme cuenta! Ahora que se lleva tanto lo de creer en las señales, ¿Cómo debería interpretar esa escena?
Algún vidente o visionario (ya sé que no es lo mismo) podría lanzar a modo de profecía: ¿Dónde queda la esperanza de un mundo en paz? El que se ha considerado símbolo eterno de La Paz en el mundo yace aquí junto a su propia sangre. Su sangre derramada ha dibujado un pequeño corazón. ¿Será esa la clave del jeroglífico? Quiero pensar que aún no está todo perdido. ¡Vamos a buscar en el corazón de cada uno de nosotros! El mío me dice que hay que hacer lo posible para que no sigamos viendo tanta sangre.
¡El rojo es un color tan cálido y hermoso que quiero seguir asociándolo sólo a la vida!
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