In memoriam: La grandeza tiene nombre de mujer
En algunas ocasiones, la grandeza tiene nombre propio. Esta vez de mujer. Claudia fue el tuyo, aunque yo te llamara mamá. Un nombre egregio y con fuerza, la tuya, esa que has tenido siempre, esa que te llevó a no abandonar la lucha en una vida complicada y llena de avatares y sinsabores.
Un ser humano lleno de luz y alegría vino al mundo un día de octubre de un lejano 1928. Desde muy pronto, destacó tu espontaneidad, tu simpatía y carácter extrovertido. Fuíste la cuarta de seis hermanos de una familia humilde, en la que, desgraciadamente, el padre murió repentinamente y demasiado joven. Con apenas cinco años, este hecho marcó un antes y un después en esa todavía corta vida, y te llevó a vivir con una prima hermana de tus padres, que te crió como a una hija, y derrochó día a día tanta generosidad, amor y entrega, que lo que tú ya traías “de serie”, se elevó a la enésimla potencia, como por arte de magia.
Aunque os parezca extraño, me resulta más difícil de lo que creía trazar esta semblanza, y no sólo porque yo sea su hija. ¿Cómo contaros que desde niña, vivió siempre para los demás, siempre olvidándose de sí misma para cuidar de quienes tenía cerca, siempre poniéndose en el lugar del otro, o, lo que es lo mismo, la empatía personificada? Vivió en muchas ocasiones el dolor ajeno como propio. Acumuló vivencias de una guerra y una posguerra que nunca debieron ocurrir. Como tantos otros, a la edad en que debía estar jugando, tuvo que hacerse mayor de repente para poder “digerir” tanta sinrazón, y ayudar a los suyos en todo lo que pudiera, como si fuera un adulto más. ¡Duras vivencias que fortalecieron su espíritu de lucha, aunque no mermaron ni un ápice su enorme sensibilidad!
Sensibilidad ante la desdicha y el sufrimiento, donde quedó patente su categoría como ser humano, desplegando amor, generosidad y entrega a los demás a raudales. Pero sensibilidad también ante la belleza, y el arte. Sobre todo, a ese que llaman “el séptimo”. Como no vivió precisamente lo que se suele conocer como una vida “de película”, pronto sintió y vivió el cine como un lugar al que volar y proyectar esperanzas y sueños incumplidos. Se convirtió en una bella joven, cuya prioridad fue trabajar duro para ayudar en casa en unos tiempos muy difíciles, que se le hacían más cuesta arriba con episodios de salud frágil, y entradas al hospital. Aún así, siempre vivió regalando sonrisas para hacer más llevadera la vida de cuantos tenía a su alrededor, y, sobre todo, para que nadie sufriera por su causa.
Como en algunas de sus películas favoritas, “Gilda”, “Casablanca”, “Laura”, parece ser que, sin proponérselo “rompió” algunos corazones, aunque, desde luego, nunca se atrevió a dejarse llevar por la pasión y el amor, como sí lo hicieron en la pantalla su admirada Rita Hayworth, la bellísima Gene Tierney, o, la gran Ingrid Bergman, que fue bautizada años después por algunos de nosotros como “su doble”, debido al parecido que guarda en la fotografía que ilustra este post con la mítica actriz sueca.
Aún recuerdo las veces que me habrá contado el día en que alguien que se identificó como productor cinematográfico, le abordó en una céntrica calle de Madrid y le extendió su tarjeta animándola a llamarle. Estaban buscando a alguien “así”. Yo siempre le decía que por qué no lo había intentado. Ella siempre contestaba lo mismo: “Nunca me hubiera atrevido ni siquiera a comentarlo en casa. Eran otros tiempos, y la gente del cine no estaba bien vista”.
En fin, nunca sabremos si hubiera triunfado, aunque yo creo que hubiera sido magnífica también en eso. Pasó el tiempo, se casó y tuvo 3 hijos. La primera, una niña que colmó de felicidad el matrimonio. Después un niño, y más tarde, un tercero. Tres vidas, junto con la de mi padre, a las que dedicó por completo la suya, entregándoles todo el amor de que una madre y un ser tan extraordinario es capaz.
Fue el cimiento que hizo posible llamar hogar a lo que se va construyendo día a día. Un ejemplo de constancia, lucha, generosidad y ahínco (una palabra que le encantaba, por cierto). Una gran parte de su vida fue ama de casa, esposa y madre ejemplar, pero hubiera podido ser cualquier cosa que se hubiera propuesto: desde actriz, como ya os he contado, no me cabe la menor duda que una estupenda diplomática, una gran diseñadora de moda o, incluso, misionera en Africa, por poner solo unos ejemplos. Nació con el don de comunicar, de todos los modos posibles, a través de la palabra, el corazón y, sobre todo, de su filantropía.
Cuando en los últimos años, esa despiadada enfermedad que te roba la memoria, y, por ende, lo que ha sido tu vida, te secuestra, un pequeño gran rescate fue la música que, como ya dijo Oscar Wilde, es el arte que más cercano se halla de los recuerdos y las lágrimas.
Es difícil ser bella por fuera y por dentro a la vez. Y, sobre todo, en ocasiones, para quien está cerca, es muy difícil estar a la altura de tanta grandeza.
Aunque soy consciente de que tendría que nacer, por lo menos, mil veces, quiero pensar que una parte de su esencia vive en mí, y que, quizá, algo de lo bueno que alberga mi interior es, sin duda, legado suyo.
¡Vuela alto, vuela libre, querida mía!
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Félix Maraña -
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