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"El final del verano...

"El final del verano...

... Llegó y tú partirás". Aunque desde la pandemia todo el mundo les conoce más por su eterno "Resistiré", creo que la gran mayoría reconocerá en estas dos frases una de las emblemáticas canciones del "Dúo Dinámico". L@s que tenemos ya una edad, la hemos escuchado muchísimas veces, y siempre, tras sus acordes, quedaba en el aire aquel sabor nostálgico de los amores de verano, cuando éste tocaba a su fin. Hoy, sin esperarlo, he podido escuchar la canción en una emisora de radio mientras conducía, y me ha llevado a decir en voz alta: "Mira, qué casualidad, que coincide con que el verano empieza a despedirse". Luego, me he dicho, ya sin hacerlo en voz alta: aunque el verano no termine aún, el final de agosto siempre se asocia al fin de las vacaciones, comienzo del curso, final de etapa, en definitiva. Pero, de repente, y tras frenar en un semáforo que acababa de ponerse en rojo, algo se ha "encendido" dentro de mí, y el monólogo interno que ha dado comienzo en ese momento, y que, horas después, no acaba de concluir, se ha abierto paso, y lo ha ocupado todo en mi conciencia. Paso a reproducirlo:


"No sé si el verano termina ó no: aquí hace un calor agobiante. Muchos parten, como la de la canción, claro que parten, pero no precisamente "el bacalao". Muchos parten para no volver, y éstos incluso (paradojas de la vida), son los más afortunados. Otros, la gran mayoría, tienen que quedarse allí, donde no quieren estar ni un segundo más, donde la vida ha dejado de serlo hace demasiado tiempo. Desde hace días, como si fuera la última serie de ficción que vemos por entregas, asistimos al horror retransmitido a cada momento, en todas las cadenas, en todos los programas, en esos donde todo el mundo opina de todo, y la mayoría no tiene ni idea de nada... Pero qué más da... el caso es hablar y no callar, aunque no se diga nada. Aunque quitemos el sonido a la televisión, se entiende perfectamente, o casi mejor: mucha gente hacinada en aviones, otros en el aeropuerto, otros corriendo por las calles, muchos escondidos en su casa.

Los malos malísimos, sembrando el terror, amenazando, sintiendo ya el poder en sus manos de nuevo, y el calor asfixiante de finales de agosto cayendo "de propina" sobre la gente, como si alguien se mofara y quisiera decirles:  ’¿No tenéis ya bastante? Pues el sufrimiento aquí viene aderezado con ese calor, también asesino, como un compañero indeseable.

Abducida, voy cambiando de canal, y me detengo en uno en el que veo bajar de un avión a personas que acaban de llegar de Afganistán a nuestro país. El locutor dice que están exhaustos, se nota en sus movimien?tos, hay niños. También dice que van a ser alojados de momento en pabellones que ya están acondicionados para recibirles. Mi gesto de dolor, se transforma, durante un segundo es esbozo de sonrisa. No puedo dejar de pensar en toda la gente que no va a poder salir de allí: los programas se afanan por darnos todo tipo de detalles de lo que espera a partir de ahora a todas estas personas. Por cierto ¿Dónde está la ONU, me pregunto? Pero no puedo perder detalle de todo lo que la pantalla está ofreciendo.

Como digo, tiene todos los ingredientes de una exitosa serie, pero aquí es todo real, está pasando y lo estamos viendo. Hay un ultimátum: todos los países que han permanecido en el país asiático tienen que estar fuera para el 31 de agosto. Dicen que el embajador de España ha dicho que él se queda hasta que no esté a salvo el último de sus ciudadanos. Eso le honra. ¿Cuántos habrá como éste? Todo es un caos, cualquier escenario que enfoque la cámara es dantesco. Algunos de los llamados contertulios empiezan a hacer "spoiler": parece ser que es muy previsible la amenaza de atentados terroristas en el aeropuerto, que es donde más gente se amontona.

Mientras tanto, la vida sigue en el resto del planeta... ¿Sigue? Bueno, hacen pausas para la publicidad, aunque mientras dura, toda esa pobre gente seguirá allí, porque no son espectadores de un concurso televisivo, en el que alguien vendrá y les dé un bocadillo y una botella de agua mineral. Allí, bajo ese sol de justicia, nadie les dará nada, ni siquiera un pequeño atisbo de esperanza.
Al final, llegan las bombas anunciadas. ¡La mayoría de espectadores no se sorprende! Claro, es lógico: ya lo venían diciendo, que iba a pasar, que los radicales la iban a montar en cualquier momento. Han tirado varias. Un presentador dice que de momento no hay datos fiables pero que las fuentes hablan de al menos dos decenas de muertos y muchos heridos. ¿Dos decenas de muertos? Pero, qué narices dice esta gente. Están viendo, como todo el mundo, la cantidad de personas allí congregadas, y dos decenas de muertos... Ya sabemos que hay que tener cautela en los medios al dar cifras de esta índole, pero esto me recuerda a las manifestaciones, cuando unos dicen que había 40, y otros 40.000. ¡Qué desastre, Dios mío! (que diría, si aún estuviera viva, una de mis tías por parte de madre). Pero ella lo decía como una "muletilla", ante cualquier cosa. Tía, en este contexto sí que estarías acertada.

Apago la televisión pulsando el botón del mando con una rabia y un dolor contenidos, mientras me dirijo al lavabo gritando: ¡¡¡Pero, en qué mierda de mundo vivimos que mientras toda esa gente, y otros millones repartidos por distintos lugares de la Tierra, viven ya un infierno y esperan un inevitable calvario, otros compran en una subasta, por la módica cantidad de un millón de dólares, el pañuelo con el que Messi limpió sus lágrimas de cocodrilo tras despedirse del Barcelona!!! Durante unos minutos interminables me desespero diciendo que no quiero vivir en un mundo como éste, en el que todos los seres humanos deberíamos ser iguales, pero es mentira, NO lo somos por mucho que exista una Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada en París, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, hace casi 73 años.

Hay incluso un momento, en que, quizá la mente, como mecanismo de defensa, me haga creer que es una serie, pero no lo es. Me gustaría que lo fuera, y, además, no la vería, por muchos premios que tuviese. El mundo se derrumba, literal y simbólicamente, sobre sus cabezas, y ellos no pueden hacer nada. ¿Nadie puede hacer nada? Después de las bombas, desde el otro lado del mundo, se oye al presidente de Estados Unidos decir que esto no va a quedar así, que lo van a pagar...


Aunque el monólogo va por libre, casi sin darme cuenta he llegado a la puerta de casa, y ¡qué suerte! (me digo, al ver que hay al menos cuatro sitios libres para aparcar). Mientras pongo la marcha atrás y comienzo la maniobra de aparcamiento, pienso: "Claro, cómo se nota, que, aunque ya falta poco, aún no es 31 de agosto". Sin embargo, para millones de inocentes, ese final del verano este año ha llegado antes. Desgraciadamente, no sucederá como en la susodicha canción del Dúo Dinámico: la mayoría no partirán hacia ningún sitio: su destino ya está escrito con sangre, mientras, como suele ser habitual, el mundo mira para otro lado, aunque, eso sí,  en este caso los que miran, y mucho, son las televisiones para que ningún detalle de tanta barbarie deje de ser comentado. 







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