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Imitación a la vida

Imitación a la vida

Me sorprendo ante el papel en blanco (la nada), sin saber a cuál de las ideas que circulan veloces por mi cabeza, intentando abrirse paso (el todo), atender en primer lugar. No esperaba que mi comienzo fuera éste, pero, al final, es lo de siempre, el todo y la nada. La noche y el día. Blanco y negro. Frío y calor. Alegría y tristeza. Quiero hacer énfasis en que no digo: “blanco o negro”, “el todo o la nada”…, sino que utilizo la conjunción “y”, que siempre implica sumar, y no una opción a elegir, como indica el caso de la “o”. Nunca mejor dicho, la historia de la Humanidad es así, el todo a la vez, y, más, cuando se pronuncia la palabra “VIDA”.

Se pronuncie o no, la vida está en todo lo que nos sucede a diario, en todo lo que manejamos. Resulta obvio recordar que todos los días nacen y mueren seres humanos en todo el planeta. Lo que ya no me resulta tan simple contar es la manera en la que muchos de ellos “viven” y “mueren”.  Cuando el verano tocaba a su fin, y aquí la mayoría regresaba a su trabajo, o a seguir en busca de él (lo que no deja de ser un empleo agotador, eso sí, sin remunerar), asistíamos atónitos a la nunca mejor dicho “vida en directo” de miles y miles de personas a las que llaman refugiados, que, huyendo de la guerra y el caos en sus países de origen, dejan atrás todo lo que ha sido su “vida”, para salvar ésta. Llegan exhaustos y aterrorizados. En muchos casos han perdido en el camino a familiares, han atravesado desiertos, montañas, ríos, parajes inhóspitos, para sufrir la insolidaridad del mundo "civilizado", para ver cómo Europa decide en los despachos su futuro, mientras su presente consume ese hilo de “vida” que les queda y se agota.

Conviene recordar que al escribir esta líneas no estoy solo pensando en el éxodo de sirios, que ha conseguido remover conciencias a muchos de nosotros, sino también en tantos y tantos seres humanos del continente africano,  presas eternas de la guerra, la miseria, el hambre y la enfermedad. Por ejemplo, en Sudán del Sur, miles de personas se refugian dentro de las alambradas de la base de Naciones Unidas, ante el temor de las matanzas que lleva a cabo la etnia rival en el gobierno. Aún estando confinados, parece ser la única elección para seguir con “vida”.  Por cierto, si muchos de nosotros, en más ocasiones de las que creeemos, nos preguntamos: “Pero ¿esto es vida?”, ¿Qué creéis que podrían preguntarse a sí mismas todas estas personas? Solo pensarlo nos da cierto pudor. Algunos podreís pensar que no tienen tiempo de plantearse cuestiones. Quizá sí, pero no de las estúpidas. Tiempo es, tal vez, lo único de que disponen, para ver cómo los minutos se consumen mientras la esperanza de salir adelante se desdibuja.

Estos días asistimos a la lucha de unos padres que ya saben que no hay esperanza para la vida de su hija. Antonio Lago y Estela Ordóñez no han dejado de luchar para que Andrea, de 12 años, que padece una enfermedad degenerativa e incurable, pueda tener una “muerte digna”. A pesar de contar con un informe del Comité de Bioética Asistencial, que recomienda no prolongar artificialmente su vida, el Hospital Clínico de Santiago de Compostela decidió hacer caso omiso. ¡Cuánto dolor para unos progenitores, tener que recurrir a los jueces! Dolor que se suma al más grande que un ser humano puede padecer:  asumir y aceptar la muerte de un hijo! Después de días interminables, el hospital decide dar marcha atrás, pero en este caso concreto, el daño ya está hecho.

La nueva ley gallega para enfermos terminales, que entró en vigor este verano, contempla que el médico debe evitar la obstinación terapéutica, y tiene la obligación de combatir el dolor y el sufrimiento del enfermo, administrando el tratamiento necesario, aunque ello haga que el fin de la “vida” se acelere.  “Así como Andrea ha sido una campeona durante 12 años de lucha, queremos una muerte digna para ella. No pedimos eutanasia, ni siquiera hablamos de sedación terminal, se trata de no prolongar artificialmente la vida por más tiempo”, insiste la madre. 

Hace unos días, tuve la ocasión de ver un excelente documental sobre donación y trasplante de órganos, un tema apasionante sobre el que, a lo largo de mi trayectoria periodística, he podido profundizar a través de varios programas que he dirigido y presentado en televisión. Dentro de “La noche temática”, de la 2, “Latidos”, título del citado reportaje, se ocupó de mostrar las dos caras del asunto: la vida y la muerte. La esperanza de personas que aguardan angustiadas un donante (en este caso, un corazón), porque su “vida” se va apagando si no se realiza el trasplante. En el otro lado, padres, familiares de alguien que acaba de perder la vida en circunstancias trágicas, que, al mismo tiempo que reciben la horrible noticia, se les pide que donen los órganos de su familiar, por el que ya nada se puede hacer, para que otros puedan seguir viviendo, agarrándose a una “vida” que proviene de la generosidad de donar.

Además de los testimonios tan emotivos que nos muestra el programa, hace un par de meses, he podido vivir de cerca cómo, tras la repentina muerte de la madre de un amigo muy querido, la familia, aunque abatida, tuvo esa chispa de humanidad en unos momentos muy duros para decir Las córneas y los riñones de esta señora de 72 años han regalado vida a cuatro personas.

Por cierto, en España existe, regulado por ley, desde 2002, lo que se conoce como testamento vital, o más concretamente, el llamado documento de Instrucciones previas. El testamento vital es un documento con indicaciones anticipadas que realiza una persona en situación de lucidez mental para que sea tenido en cuenta cuando, a causa de una enfermedad, accidente, etc.. y encontrándose en una condición física o mental incurable o irreversible y sin expectativas de curación, ya no le sea posible expresar su voluntad. La persona que realiza el testamento define como quiere se produzca su muerte si se dieran unas determinadas circunstancias, y llegado el momento, sobre el destino de su cuerpo y la posible donación de sus órganos. En este sentido puede decirse que define lo que para él es una muerte digna en un contexto de final de la vida. 

Por favor, respetemos la vida y la dignidad a la hora de abandonarla. ¡Vivir no es sólo respirar, o que te conecten a una máquina, que incluso lo haga por ti! Y hablando de corazones, pero yendo un poco más allá del órgano...  ¡Ojalá algún día todos los seres humanos tuviéramos el corazón sano, feliz, y entregado a los demás! En un mundo en el que la razón gana casi siempre al sentimiento y a la intuición, yo alzo mi voz para sugerir que no nos cansemos nunca de regalar amor, de regalar vida, y eso puede materializarse de muchas maneras: sonreir y abrazar a quien se sienta solo, ofrecer comida cuando nos sobra y vemos tanta gente a la que le falta, ayudar desinteresadamente a tantas personas a nuestro alrededor que, en ocasiones, ni percibimos, y, sobre todo, que cada uno de nosotros, intente ser mejor persona cada día de su vida. Muchos pocos harán un gran todo.  Ese todo del que hablábamos al principio. Acude a mi recuerdo el título del célebre melodrama "Imitación a la vida", y durante unos instantes me digo a mí misma que casi todo puede resumirse en esas cuatro palabras.


“La eternidad está en nuestras manos. Vive de tal manera que, cuando te vayas, mucho de ti quede aún en aquellos que tuvieron la suerte de encontrarte” (Anónimo)

1 comentario

Alfonso Cañizares Cimadevilla -

Magnífico artículo, Mercedes. Has repasado todos los aspectos actuales de la vida ensalzando el amor que contiene o debe contener. ¿Para qué? Para reunirlos en un embudo por el que concluye la palabra "regalar": regalar vida y amor por encima de todo. ¡Enhorabuena! Espero que cale hondo en quienes lean tan soberbios párrafos, dan para mucho y muy largo.